Otra de las muchas cosas que me gustan de mi nueva vida es montarme en los autobuses para moverme por la ciudad. En ellos hay tal diversidad de personas, tal diferencia entre unos y otros, que me parece algo de lo más cosmopolita que últimamente he encontrado por aquí.
Me gusta entrar a las ocho menos diez y dirigir la primera mirada hacia el conductor. A veces parece cansado, hastiado o incluso enfadado; otras, sin embargo, se muestra feliz y agradable. Algunos son jóvenes y guapos; otros les sacan diferencia de edad a éstos, y muestran experiencia en el ámbito. Si el chófer está alterado o un poco enojado, ten cuidado, porque puede cerrar las puertas antes de tiempo y, si te pilla desprevenido, te quedas a medias y no consigues bajar del vehículo sin que antes te haya cerrado las puertas dejando entre ellas algún miembro de tu cuerpo. Hay conductores que te hablan con desgana si eres inexperta y le preguntas, y hay quien hasta te sonríe. Para aquellos que hacen lo último; gracias. Es de agradecer que alguien muestre su humor desde tan temprano cuando ni siquiera tú tienes ganas de corresponderle, pero lo haces. Para los que no lo hacen, todo irá bien.