Una vez más, el pueblo ha abierto los ojos y la boca. Este 14N las calles se han llenado de pancartas y protestas, y en cada una de ellas, una historia, una preocupación y una decepción.
Lejos de haber resultado ser el fracaso que muchos creen, el éxito ha sido la mayor bandera de las distintas manifestaciones que se han llevado a cabo en ciudades de todo el país. En sus reivindicaciones se pedía la cabeza de Rajoy, Wert y Merkel y la suerte de la Troika; pero, ¿qué criticar cuando ellos nos exigen nuestra propia vida?
El cuarto poder ha ejercido correctamente aunque sigo diciendo que una opinión no es válida como portada. Está bien que haya pluralidad, y la respeto, pero no comparto titulares como “España prefiere trabajar” o “Fracasados sin futuro”.
Después he podido ver como dicha subjetividad influía en las noticias, en las tribunas y distintos artículos que han ido sucediendo días después de la huelga. Pero no solo hablamos de letras, sino de números. Unos números que deberían tener la mayor objetividad posible para no dejar a quien los cifra con el culo al aire. He podido ver cifras de asistencia a la huelga con una diferencia abismal entre ellas. Creo que este intento por numerar a los manifestantes es una auténtica pérdida de tiempo, por el mero hecho de que aquí no se venden entradas numeradas que puedan cuantificar las personas, ni un aforo limitado, ni un segurata en la puerta que cuente quién entra y quién sale de la calle.
Desde hace tiempo venimos perdiendo derechos imprescindibles; y no en la práctica, sino en la teoría. Las letras son pura falacia y los hechos… ni hablemos de ellos. Y si no fuera por la ideología hereditaria que muchas mentes retrógradas les dejan a sus descendientes, la cosa sería distinta. En parte debo agradecer al gobierno su actuación porque está enfureciendo a la población y eso sí que no se puede frenar. Creo que es más que evidente que hay muchas más personas en las calles que policías en las puertas de comercios y edificios gubernamentales que, por si no lo sabían, custodian unos ideales.
Por último, solo me queda decir esa famosa frase de “menos mal que con los rifles no se matan las palabras”.