El otro día se sentó un chico negro a mi lado en el autobús. Era alto, robusto y joven, y olía mucho mejor que el señor que anteriormente había ocupado ese mismo sitio. Me resultaba curiosa la forma en la que le dedicaban algunas miradas las personas de alrededor, pues iba bien vestido y con unos papeles en la mano. Era estudiante, por lo que pude intuir. En mi concentración por entender la letra de la canción que estaba escuchando, me di cuenta de que eran ojos extrañados los de aquella gente; y no supe comprender por qué mostraban aquella expresión al mirar al chaval.
Más tarde comprendí que la rareza radicaba en la “inusualidad”. Quizá aquellas personas no estaban acostumbradas a que la raza negra, tan criticada y odiada por unos y apreciada por otros, aparezca de la manera en la que lo hizo aquel chico. Puede que me costara comprender su sorpresa, pero a la vez que entendí eso, me di cuenta de que los esquemas e ideales prejuiciosos cada vez están más asentados y establecidos en esta sociedad.
No conforme con ello, el chico se levantó y ayudó a un señor en silla de ruedas que intentaba subir al autobús, mientras el resto de la raza blanca permanecíamos impasibles. Una vez que el señor ya estaba dentro del vehículo con ayuda del chico, uno de los que anteriormente habían estado escrutando al joven, se dirigió a la cabina del revisor para pagar el billete del señor inválido.
En aquel momento no me costó mucho decidir lo que quería plasmar en una reflexión como esta. Una reflexión en la que abogo por la tolerancia, abogo por que se den cuenta de que no hay diferencias entre unos y otros; y, si las hay, no pueden ser inferiores, más bien al contrario. Aquel chico me transmitió tanta seguridad y confianza que ahora me he vuelto mucho más defensora y tolerante de lo que ya lo era.
Desde mi cama, invito a la sociedad entera para que forme parte de mis mismos valores, para que respeten, y así sean respetados. Para que miren a los “diferentes” como miran a sus “iguales” para que dejen de importar las apariencias. Para que el color de piel no sea motivo discriminatorio, o “marca” de exclusión social o incluso repudio.